https://www.diagonalperiodico.net/cuerpo/23965-la-medicina-necesita-sentirse-derrotada.html
Con este polémico título, Richard Smith, antiguo editor del British Medical Journal (una de las más prestigiosas revistas de medicina del mundo), escribía en 2010 un artículo sobre el estado de la medicina actual. Smith sostenía que ser derrotado es algo muy positivo porque puede llevar a la renovación, cosa que nunca suele ocurrir con la victoria. Y ponía como ejemplo un partido político que es derrotado en las urnas y tiene que repensarse en un proceso que a menudo es difícil, doloroso y prolongado, pero creativo al fin y al cabo.
La medicina, sin embargo, nunca ha sido derrotada y por eso no tiene estímulo para replantearse las bases que la fundamentan. Y no es que no tenga motivos para sentirse derrotada, sino que una inmensa prepotencia y muchos intereses creados la hacen ciega a la realidad. Y la realidad es que, según las estadísticas de la OMS, la salud global de la población no parece haber mejorado significativamente durante el último siglo, a pesar del brutal aumento en los costos de salud, de los increíbles avances en las técnicas diagnósticas y los procedimientos quirúrgicos. Lejos de esto, Ivan Illich, uno de los mayores críticos a nuestro sistema médico que ha dado la historia, ya preveía en 1973 que precisamente la medicina se convertiría en una de las mayores amenazas para la salud. Hoy en día es un hecho constatable: en el mundo civilizado, la llamada “medicina tradicional” es la cuarta causa de muerte, tal como fue reconocido por el Instituto Nacional de Salud Norteamericano hace no muchos años, dato que se repite en los países en los que hay estadísticas realizadas.
Una medicina que no satisface
Actualmente, somos testigos de una falta de satisfacción generalizada con la ciencia médica. El origen de esta insatisfacción, según plantea el físico y filósofo de la ciencia Fritjof Capra, está relacionado con el marco conceptual en el que se apoya la práctica médica: el modelo biomédico, firmemente arraigado en el modelo cartesiano, caracterizado, entre otras cosas, por la parcelación del cuerpo y la persecución del síntoma. En lugar de preguntarse por qué ocurre una enfermedad y evitar las condiciones que conducen a ella, la ciencia médica (y como consecuencia los practicantes, salvo honrosas excepciones) se limita a interferir en el proceso por el que opera la enfermedad, generalmente por medio de fármacos que únicamente consiguen cronificar los procesos. Y así llegamos al origen obvio de la insatisfacción: una desproporción marcada entre el coste y la efectividad de la medicina moderna, cuyo descontento entre pacientes y practicantes es mucho más medible en los países en los que el dinero sale directamente del bolsillo del enfermo.
En un artículo recientemente publicado en la Revista de la Clínica Mayo se apunta que aproximadamente el 50% de los procedimientos establecidos en la práctica médica occidental en la actualidad son peores que no hacer nada o hacer cosas más simples. Se considera, por ejemplo, que sobran aproximadamente el 30% de las intervenciones obstétricas. Y la medicalización de nuestras vidas llega incluso a técnicas de prevención que son más perjudiciales que beneficiosas, como la vacuna del virus papiloma humano o la detección de problemas de próstata por medio de la PSA.
Este momento de profunda crisis de sostenibilidad del sistema sanitario público español, como si de una gran derrota se tratara, podría ser una oportunidad idónea para eliminar “lo que no funciona” en la medicina e incorporar, a modo de injertos, lo que sí funciona de otras disciplinas, de tal manera que se pudiera aumentar la satisfacción de practicantes y usuarios, y por supuesto, mejorar y mantener el estado de salud de la población, así como asegurar la cobertura de la mayor parte de habitantes. Y esto significa saltar por encima de ese monopolio médico erigido en la posesión de la verdad y donde una excesiva medicalización, fruto en parte del poder de las farmacéuticas, impide y cierra el paso a cualquier trabajo conjunto entre distintas disciplinas.
Nuevo modelo de medicina
En conclusión, seguimos teniendo un sistema institucional de salud basado en una visión parcelada del ser humano y centrado en la enfermedad y en la persecución del síntoma. La difusión a través de los medios de comunicación de recetas farmacológicas mágicas o programas que se centran en la pormenorización de las enfermedades y sus síntomas, suman en la construcción de la desconfianza hacia nuestro organismo, a la vez que fomentan la confianza en la farmacología y en la tecnología como la solución –única- para nuestros males.
Ha llegado la hora de tener un sistema de salud fundamentado en una visión integral de la persona e integrada del ser humano en su medio, y basado en fomentar la verdadera salud del cuerpo. Es hora de que la ciencia reconozca que el cuerpo humano es en realidad una creación extraordinaria de la naturaleza, capaz de autorrepararse y mantenerse sano, y enseñar y promover la mejor manera de autocuidado de tan maravillosa máquina. La traducción de estas ideas se debería materializar en la integración del conocimiento de diferentes disciplinas en un trabajo conjunto al servicio del ser humano. Si el equilibrio es uno de las características básicas del funcionamiento de nuestro cuerpo, llevar el equilibrio a un nuevo modelo de “medicina”, podría ser un buen camino en ese proceso creativo del que hablábamos al principio. La medicina, pues, necesita sentirse derrotada.